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LA LISTA DE CORREO HISPANO-PARLANTE SOBRE ROCK PROGRESIVO Y SINFÓNICO 
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 Porcupine Tree en Mexico DF, octubre de 2007

A LA SOMBRA DE UN FRONDOSO ÁRBOL

La aventura Porcupine Tree dio inicio el 19 de julio, fecha en que Leo, mi hermano David y yo compramos los boletos para lo que se esperaba fuera un esplendido concierto del grupo inglés de rock progresivo, en la mañana, muy temprano checando la pagina Internet de ticketmaster, descubrimos que se abría la venta de las entradas, ese mismo día, en la tarde, las adquirimos, se oficializaba la cita con la gran expectativa de vivir un espectáculo digno de ser contado.

Había tiempo suficiente para familiarizarse con el disco "Fear of a Blank Planet", la más reciente producción de nuestros invitados y futuros anfitriones en el teatro Metropolitan, recinto que nos iba a congregar a todos y cada uno de los seguidores y fans de esta agrupación tan representativa del genero en cuestión, en este CD intervienen; Steven Wilson, líder, voz y guitarras, Richard Barbieri en teclados, Colin Edwin en el bajo y Gavin Harrison en la batería, como invitados especiales aparecían; Alex Lifeson, del grupo canadiense Rush, en un solo de guitarra durante el track número 3, Robert Fripp, maestro de Kimg Crimson en los soundscapes, hacia su aparición en la rola número 5 y por último, John Wesley, en voz y coros.

Así pues, me di a la tarea de involucrarme con su contenido, en la casa y en el carro, no perdía oportunidad de escucharlo, además, desempolve un DVD que contenía su participación en una de las ediciones del Nearfest (2001), lo anterior, para tomar nota de los rostros que habríamos de ver en nuestro país.

Poco a poco, la memoria fue registrando uno a uno los tracks de este material, una rola que lleva por nombre "Anesthetize", desde un principio era llamada a convertirse en mi favorita, 17 minutos que incluyen una incursión por el metal rock, con un final melódico, pero no por ello menos explosivo, salpicado por acompañamientos corales y acordes de guitarra que mueven a profundas y variadas emociones.

Por fin, el 6 de octubre con puntualidad abordamos el autobús a las 8 en punto de la mañana, de Aguascalientes hacia la capital del país, la adrenalina corría salvajemente por las venas, estábamos a unas horas del ansiado encuentro con el rock del grupo revelación del momento. El viaje transcurrió sin contratiempos, arribamos al DF a las 14;15 horas, saliendo de la estación de autobuses nos montamos al trolebús que nos llevó, a través del eje central, hasta el Museo de Bellas Artes, el apetito estaba despierto, por tanto, nos dirigimos al zócalo por la calle 5 de Mayo, conforme avanzamos, empezaron a desfilar ante mis ojos, edificios y establecimientos que en una época llegaron a ser muy familiares y cotidianos para mi, tenía años que no pisaba el Distrito Federal. "Los Azulejos", fue de los primeros inmuebles con los que se topo mi mirada, la primera calle que cruzamos en nuestra ruta fue Filomeno Mata, ahí estaba el viejo restaurante vegetariano, que en los años 70's me esperaba a comer varias veces por semana, más adelante, con sorpresa descubrí el inamovible y eterno negocio de los tacos de canasta, cuyo visitante más asiduo era mi hermano Arturo, después siguió el "Espartaco", aún recuerdo como se me hacía "agua la boca" en vísperas de saborear los guisados, con los que las tortillas eran enroscadas para convertirse en sus siempre ricos y "engordadores" tacos, tocó el turno al café "La Blanca", en aquellos años se desayunaba delicioso, ahí servían un yogurt con miel digno del paladar más exigente, por fin llegamos a Isabel La Católica, mis ojos buscaron el viejo Edificio donde trabaje tantos años y oh sorpresa !!!! ahí estaba, precioso como siempre fue, intacto como un monumento, con su extraordinaria arquitectura del siglo XVIII, digna de admiración, en el número 24 de la Chabela y con su majestuoso reloj dando la cara hacia la calle de Madero, que tiempos aquellos en que se podía disfrutar de la ciudad capital, cruzamos por el café de chinos y la antiquísima Librería Porrua, donde llegue a comprar uno que otro de mis libros de secundaría, uuuuhhhhh ya llovió. Finalmente (ya para no aburrirlos), llegamos al Hotel Hollyday Inn del centro, tomamos el elevador que nos condujo al último piso, ubicamos una mesa vacía y nos instalamos, la comida consistió en un buffete rico en variedad y en sabor, compuesto por varias ensaladas, sopas, cremas y elaborados guisos bien sazonados, además de una parrillada surtida en carnes de puerco, res y pollo acompañadas de cebollas y nopales asados, para rematar, una buena variedad de postres, el lugar estaba ubicado en una terraza con vista panorámica al centro histórico, intercalábamos nuestras visitas hacia donde se encontraban los manjares y nos permitíamos disfrutar de la vista aérea que dicha terraza nos ofrecía, ahí estaba en todo su esplendor parte del terruño que me oyó llorar por primera vez.

Más que satisfechos, salimos del lugar a eso de las 6 PM, el trayecto al teatro nos llevo justo una hora, debido a que nos detuvimos a observar aparadores o visitábamos alguna que otra tienda, a las 7 de la noche llegamos a las afueras del recinto que minutos más tarde se vería invadido por las notas progresivas de nuestros ídolos. Había una banca de concreto y acero sobre la acera, nos sentamos y tuvimos la suerte de saludar a camaradas que no imaginamos encontrar y que comparten nuestros gustos por la música, gente de Monterrey, del DF, de Guadalajara y de Aguascalientes, todos con un objetivo en común; el rock de los Porcupine.

Cuando dieron las siete y media, ya había vendimia de playeras y Cd's, fue en ese momento en que decidimos entrar, cada vez llegaba más gente, en el umbral del teatro, personal del mismo nos pidió los tickets y nos condujo a la sección "B", segunda en importancia y en precio, ocupamos las localidades correspondientes y esperamos el arribo al escenario de los dueños de la noche, estaba todo dispuesto para vivir un espectáculo inolvidable, una página más a la historia de conciertos presenciados por nuestros sentidos, siempre alertas a nuevas emociones.

A eso de las ocho diez, de pronto, hicieron su aparición los músicos ingleses, como impulsados por un resorte, saltamos de nuestros asientos a vitorear su aparición, así daba inicio la excursión mágica por del rock del güero Wilson, se armaron con sus instrumentos y el espin mayor, se acerco al micrófono para decir; "Gracias México", esforzando su español, la respuesta no se hizo esperar, con aplausos, silbidos y aullares les dimos la bienvenida.

AAAArrrraaaaannnnnnnqqqqqquuuuueeeennnnnsssseeeee mis chavos y dio inicio el recital, como yo había imaginado, las notas del "Fear of a Blank Planet" invadieron los espacios, de manera pausada pero intensa, fueron desfilando todas y cada una de las seis canciones incluidas en este album; "My Ashes", "Anesthetize", "Sentimental", "Way Out Of Here", y "Sleep Together" y la que da nombre al CD. Conforme las rolas fueron desfilando, los asistentes nos manifestámos de maneras diferentes, todos de pie, me di cuenta como unos alzaban los brazos y con los dedos simulaban unos cuernos, como aprobando que se ejecutara la melodía esperada, otros bailaban, moviendo brazos, piernas, y cabezas, otros simulaban tocar una guitarra, como yo, algunos un tambor, siguiendo el ritmo de la música que paulatinamente nos condujo al frenesí, delante de nosotros, había un grupito de 4 o 5 chavos, que en la penumbra no se veían mayores de 25 años, se abrazaban y en sincronía iniciaban un balanceo de izquierda a derecha y de regreso, de acuerdo al ritmo de las melodías, aquello pronto se convirtió en una verdadera apoteosis, los que traían celular con cámara fotográfica, aprovecharon para capturar el momento y dejarlo para la posteridad, pronto el ambiente se vio invadido por una cantidad exagerada de flashazos, mientras tanto, al término de cada corte, gritábamos, aplaudíamos, chiflábamos, y aullabamos como lobos en una noche de luna llena, en fin, vertíamos cualquier clase de expresiones por medio de las cuales exteriorizamos el jubilo de estar ahí, creo que poco a poco los músicos sintieron nuestra euforia y en una especie de retroalimentación, se dio una interactividad muy efectiva, ellos haciendo lo que saben hacer y nosotros celebrando el escucharlos, tal vez no esperaban ese recibimiento, mucho menos ese festejo que brindábamos a cada una de sus canciones, al fondo del escenario, en relieve, una pantalla de buen tamaño, emitía una especie de videoclip para la composición que estuviera ejecutándose en ese momento, en otras ocasiones solo proyectaba figuras geométricas llenas de colores psicodélicos asociándose a los inicios musicales del grupo, pero ahí no paro la cosa, de pronto un juego de luces inicio su desfile a lo largo y ancho del teatro, en sentido contrario a las manecillas del reloj, las paredes se iban alumbrando con figuras caprichosas que cambiaban continuamente, según su forma y la superficie que ocuparan en su trayecto. Por un instante me imagine que hubiera sido de este recital en un lugar como el Auditorio Nacional, seguramente hubiese estado más acorde a la ocasión, pero no era el momento para meditaciones estériles, así que me ubique y seguí gozando. Volteaba a mi alrededor y veía a mis congéneres situados en la misma frecuencia que yo, todos hermanados por el rock, en ese momento nos vimos convertidos en una gran comunidad deseosa de que aquello fuera interminable.

La guitarra Wilsoniana rugía sin cesar, invadiendo todos los espacios, sonaba salvaje, sin dejar de ser tierna en donde tenía que serlo, era una guitarra explosiva y feroz, de atrás de la figura de Wilson, había una lámpara de luz blanca, que proyectaba una interminable cantidad de chispazos que llegaban a cegar nuestras pupilas, Gavin Harrison le tupia duro y bonito a los tambores que retumbaban con un poderoso y especial estruendo, las percusiones se sumaban en complicidad a las notas de las cuerdas, el resto del grupo, se agregaba al fabuloso viaje rockero, Colin Edwin y Richard Barbieri, bajista y tecladista respectivamente, jugando un papel más discreto, pero no menos importante, conformaban un excelente engranaje de una maquina de hacer rock, para entonces ya habían desfilado una serie de magnificas rolas como la bella y sensacional "Lazarus", "Open Car" y "Shemovedon" del Deadwing, y "Blackest Eyes" del In Absentia, y si no mal recuerdo, "Lightbulb Sun" y "Last Chance to Evacuate", estas dos últimas de su etapa psicoldélica, los minutos avanzaban en el inexorable andar del tiempo, eran casi las diez de la noche cuando el grupo creyó que era momento de despedirse, dejaron los instrumentos y desaparecieron por la lateral del escenario, enardecidos, redoblamos la escandalera, al igual que en el transcurso del concierto, aplaudimos, chiflamos, gritamos; "otra, otra, otra", no nos resignamos a que aquello quedará ahí, no tuvimos que esperar mucho para ver reaparecer a los "arboreos", la algarabía hizo explosión y felices de la vida disfrutamos de dos canciones más que deleitaron nuestros oídos, el cuerpo no paraba de erizarse, la piel se "enchinaba" y los corazones latían tan locos que se volvían taquicardicos, yo sentía una grata y eufórica emoción, el rock para mi es un amigo especial, cuando lo invoco se vuelve mi fiel compañero, el rock es capaz de unir multitudes en una sola voz, en un solo alarido, rompe fronteras y enarbola a todas las banderas, no distingue color de piel ni discrimina a raza alguna, con él, todos nos sentimos jóvenes en cuerpo y alma, por eso es tan vital en mi existir.

Porcupine volvió a retirarse, confiados pensaron que no los haríamos regresar por segunda ocasión, que equivocados estaban, a base de prolongadas palmas y vitoreos reaparecieron, no iba a haber más, así que nos dispusimos a cerrar con broche de oro, al término de la primera rola de regalo, Steve Wilson, el líder y prolífico compositor del grupo, el inquieto productor musical, el hiperactivo rockero, también miembro y fundador del grupo Blackfield y otros proyectos importantes dentro de la escena de la música, tomó el micro e inició la despedida, había estado en comunión con todos nosotros por espacio de poco más de dos horas, esta vez hablo en inglés, era casi imposible entenderle, la efervescencia era tal que apenas distinguí que la rola de despedida iba a ser "Trains", el inmueble volvió a estallar y siguiendo el compás de las notas hasta el final, por fin los despedimos agradecidos de tan especial espectáculo, fueron los últimos instantes que estuvimos de pie, tomamos asiento esperando que saliera la audiencia para evitar las aglomeraciones, empezaron los comentarios;

-- Qué tal eh? -- Qué chingón tocan en vivo -- Valió la pena, qué ni qué.

Nos retiramos con un muy buen sabor de boca, satisfechos, contentos de haber invertido en tan singular noche.

Eran las 10;20 cuando salimos del Teatro, afuera nos recibió una pertinaz lluvia, fuimos a una tienda de abarrotes a recoger las mochilas que no nos dejaron ingresar, las playeras se habían agotado, lo cual provoco lamentaciones, entre ellas la mía, nos juntamos para acordar el regreso, yo decidí quedarme, para mi apenas empezaba la noche, una noche larga y hermosa, quienes la compartimos, nos enfilamos al "Metro" y tomamos rumbo al sur.

Un día después, a las 9 de la noche, emprendí mi regreso, llegue a Aguascalientes, a las tres en punto de la mañana, era lunes 8 de octubre, las calles estaban encharcadas prueba de haberse bañado con una abundante lluvia, para entonces, el cielo lucía despejado, adornado con un precioso color azul medianoche y salpicado de estrellas que centelleaban.

Creo que si hubiera llovido en ese momento, la lluvia no hubiese mojado mi cuerpo porque yo seguía inmerso en mi embeleso, protegido por la frondosa y siempre viva sombra del Árbol del Puercoespín.

ignacio.velazquez

Creada en 1997. ©José Manuel Iñesta. Alojada en el Depto. de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Alicante, España.

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